Hace unas semanas estuvimos fuera unos días visitando una de esas capitales atractivas de nuestra vieja Europa. Cuando viajamos siempre encontramos interesante asomarnos a los mercados locales… Allí es donde se respira mucho del verdadero día a día de una ciudad. La manera cómo se presenta el alimento, los productos que se destacan, las conversaciones, los tonos, los olores, los colores, las miradas, los gestos, los atuendos, los precios… Todo nos cuenta cosas del lugar, de la cultura, del momento… Estén o no destacados en las guías de viaje, para nosotros, la visita a estos centros neurálgicos siempre es un ¡“must”!
Afortunadamente comprobamos una vez más que los pequeños mercados facilitan el acceso a la comida en continentes más respetuosos con el medio ambiente. Vemos cestas, bolsas de tela, carros… Vemos también bolsas de plástico, sí (biodegradables, dice…) que se usan para pesar y se devuelven al vendedor para que pueda volver a utilizarlas, facilitando el camino del puesto a la cesta con intermediarios (bolsas de plástico) que se quedan el puesto y no acompañan a casa. ¡Qué bien!
Nos encanta la estampa. Es como una tarjeta postal idílica. Percibimos que no es un escenario creado para embellecer la capital, aunque ciertamente lo hace, sino que el público que lo visita (cada vez mayor) tiene integrado el hábito de acudir a él y llenar la cesta de la semana en este rincón lleno de vida. ¡Qué maravilla!
Con la imagen y las sensaciones positivas del momento mercado, seguimos nuestros pasos por la urbe con los ojos abiertos… Y cómo no, nos encontramos con la otra cara de la moneda…Entramos en la “boca del lobo” (¡jaja!). Las puertas de una gran superficie, como cualquier otra de las que podamos encontrar por aquí se abren ante nuestros pies… Esto es otro mundo…Sin ventanas, sin luz natural, sin aire que nos acaricie… («Mordor…», ¡jaja! Aunque lo vistan de color…) La oferta es infinita, desbordante… Es misión casi imposible salir de “la bestia” con las manos vacías… todo está calculado… Nos conocen…
Vemos con curiosidad y cierto agrado que la comida llamada ecológica, la presencia de verduras y frutas en platos preparados tiene una presencia importante en las estanterías. ¡Algunas propuestas resultan realmente atractivas! Es casi la hora de comer y decidimos poner en el carro nuestro menú del día. Rollitos de espelta con hummus de remolacha… Green smothie, queso de leche ecológica, zumo de tomate bio, ensalada variada… En este momento el conjunto nos resulta apetecible. Pero… ¡Ay!¡¡Todo ese plástico!!
¡Y sí! ¡Caemos en la trampa! Nos unimos al ejército de hormiguitas que salen por las puertas cargados de lo necesario y lo innecesario…
Ya fuera… buscamos un trocito de naturaleza en medio del asfalto. Tras el picnic urbanita improvisado, decidimos fotografiar los restos que dos “micos” hemos generado en unos minutos. ¡Socorro! ¡No puede ser!
Tenemos que encontrar otra forma de poder disfrutar de comida más natural, saludable… sin pagar este” impuesto plasticoso”, ¿no creéis?
Nos dicen quienes ponen nombre a los días del año que el día 22 de abril es el día de la Tierra. Pues, viene está. ¡Ojalá que lo fueran todos! Pensando en esto, y en esos pequeño gestos que cambian el mundo… ¿Qué os parece si nos proponemos algún tipo de reto relacionado con racionalizar, o dejar de usar plásticos esta semana? Quizá podemos empezar planificando mejor nuestros menús fuera de casa… Comprar a granel, usar envases reutilizables… Poner imaginación en nuestra manera de hacer picnic en el trabajo, en el campo… Tal vez simplemente interiorizando otra manera de hacer las cosas… ¡¡Disfrutando!!
YES WE CAN!!!
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