Hoy abro las páginas de un libro y en el último párrafo de la introducción se escribe…
“Me gustaría dedicar estas páginas a todas aquellas personas que todavía se paran ante la visión de una flor que crece rebelde entre los adoquines, a los que acarician la hierba de un solar abandonado…”
Apenas unos minutos antes, me encontré, como tantas otras veces… haciendo esto mismo. No puedo evitarlo…
Intuitivamente, por necesidad, en mi paso por la ciudad, las afueras o el campo, tiendo sin remedio a buscar conexión, y la encuentro, con la fragilidad de la vida silvestre que no cede ante las dificultades.
No dejo de sentir reverencia por esas pequeñas plantas que embellecen sin conciencia de ello, por el simple hecho de ser, el lugar por pequeño que sea, en el que deciden florecer al margen del caos, de la sequía, del gris del asfalto, de la voracidad salvaje por conquistar sin respeto el espacio natural…
Hace unos días, alguien me decía…
“Nos hemos alejado de la naturaleza y con ello hemos perdido el equilibrio. Necesitamos volver a ella para recuperarlo”.
Sí… Necesitamos reconectar con ella, con nuestro origen. Refocalizar nuestro lugar en el universo. Aceptar nuestra fragilidad. Somos naturaleza…
En estos días de vientos incontrolados que remueven muchos pájaros en la cabeza y despiertan miedos, recibo una reflexión por “causalidad”.
Parafraseando a quien escribe, comparto con vosotros algunos pensamientos finales.
“Sea lo que sea que la vida esté planteándonos como reto, a nivel biológico, político, histórico, climático…Sea lo que sea que nos toqué vivir… Sólo hay una salida para cualquier laberinto en el que el destino nos introduce y donde enfrentamos a nuestro particular minotauro, nuestros miedos más profundos, nuestras sombras más ocultas, es el hilo de la sabiduría, que nos dirige hacia un más allá de los circunstancial, de lo condicionado, hacia algo que trasciende todos los fenómenos, por aflictivos que sean, pues del laberinto se sale por arriba.
Y los sabios hablan de que ante cualquier prueba, y esta, aunque no se sepa lo que está realmente pasando, es una prueba para todos, y cada uno según su carácter, circunstancia y nivel de conciencia, debe hacer lo que está en su mano, atar el camello, dicen los sufíes, en este caso, en el plano físico del cuerpo que somos, una correcta profilaxis y un fortalecimiento del sistema inmunitario, es una clave universal para este virus y para cualquier otro, pues es el terreno el que permite la propagación de los virus, incluidos los del miedo.
Vivamos y muramos plantando árboles, plantando conciencia en nuestros corazones, ante esta circunstancia alabemos la suerte de estar vivos, en medio de inmensos privilegios, que sólo tienen sentido si los usamos para algo más que nuestra propio bienestar, compartamos nuestra sonrisa, nuestra paz, cultivemos a diario esas virtudes que ennoblecen el alma, la templanza, la generosidad, la paciencia, la vigilancia interior, la gratitud, la caridad, la compasión ante el que está asustado y donémoslas como contraparte al miedo que se expande como un virus colosal.
Y así, la muerte, que es la asignatura pendiente de muchos, nos ayudará a mirar donde no queremos, pues lo que realmente está en juego en nuestros corazones, lo que realmente nos aturde, es la incertidumbre de la hora, y el morir sin haber vivido, y muchos en estos tiempos no viven, sobreviven, la vida les pasa inadvertida, sujetos a un sistema de vida que enferma todo lo que toca y eso aterra, desperdiciar la vida aterra, aunque no lo sepamos, y ese miedo se hace más visible ahora que parece que se derrumba nuestro castillo de naipes de un control ilusorio sobre la vida y la muerte, de una ciencia que todo lo curará hasta la misma muerte y todo esto nos obliga a ahondar y poner los cimientos de una nueva casa, no en las arenas movedizas del mundo, sino en las del espíritu que da forma al mismo.
Quizá este virus sea una oportunidad para recuperar… la meditación, como un peregrinaje hacia el centro que unifica el mundo en su danza de opuestos, de vida o muerte, para dejar de sufrir por la inexorable gramática de la existencia…Asumir nuestra finitud y no enmascararla en un falso control que no poseemos y vivir agradecidos de un don que se nos escapa por el estornudo de un otro.
Tanto si decidimos resignarnos o aceptar radicalmente la circunstancia de que estamos en un estado control de la vida por los poderes del mundo, como así siempre ha sido bajo todos los imperios, o que nos revelemos y nos echemos al monte a salirnos de sus fauces con nuevos modos de vida que recuperen la cordura, estas virtudes que todas las sabidurías nos instan a cultivar nos valen para cualquier dirección que nos esté destinado recorrer.
Y la muerte, si es el caso que nos llegue, y nos llegará, sin duda, con un virus o con una maceta de un quinto piso que se precipita por las leyes incógnitas del karma, nos encontrará agradecidos de la vida que hemos vivido en medio del amor y de la sabiduría, las dos alas de una vida real y realizada.
Incluso si nos encuentra en el más oscuro laberinto en la que una situación como esta puede precipitarnos, como nos precipitan las guerras, la incertidumbre de perder todo lo que nos daba sentido, siempre podemos cambiar de muda, siempre, a cada instante, podemos cambiar del miedo al amor, que es lo que nos hace propiamente humanos.”
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