Hoy me apetecía contaros un idilio…
De esos que pasan por las caricias que se dan…
Hace unas semanas, en ese entrar y salir de mi campo base fui observando como las hojas del naranjo que guarda la puerta del jardín iban arrugandose sin remedio.
Admito que anduve más concentrada en los pocos frutos que colgaban de sus ramas, reteniendo el momento de verlo privado del último, que en el conjunto de su ser.
Hasta que llegó el día en el que hizo entrega de un zumo dulce cargado de vitamina C envuelto en una pequeña naranja lejos de proporciones perfectas que supo a gloria.
Junto a ella, una hoja con forma de corazón.
Ahora podía verlo. Despojado de su razón de ser, sentí tristeza al ver que el vestido de sus hojas iba oscureciéndose y arrugándose con más intensidad.
Ese corazón, ¿sería una llamada de atención?… Quiéreme…Necesito tu ayuda…
Quise creer que podría sólo ante el peligro, o que el peligro no era tal… Pero no fue así.
Me gustaría ayudarte…
¿Cómo?
Cuando se trata de atajar un problema, a veces buscamos la vía más rápida y sin demasiados miramientos ni cuestionamientos decidimos cortar por lo sano, o insano…
¿Hay otra vía?
Quizá más lenta, una que requiere más cuidado y observación, paciencia, tiempo…
Y en estas estamos…
Cada mañana, el naranjo de mi jardín recibe un «masaje de azahar»…
Mientras el sol todavía no le da de lleno, rocío sus hojas con jabón potásico y las limpio de esos bichitos negros no invitados (pulgón)…
Van quedando algunas «heridas de guerra» pero cada día está más guapo…
Brotan nuevas hojas al final de las ramas y volvió la frescura al verde de sus hojas…
Son apenas un unos minutos cada mañana pero le estoy tomando el gusto.
Como la rosa… Es el tiempo que paso con el naranjo lo que lo va haciendo especial para mi…
Gracias por permitirme cuidarte, mimarte…
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