Vivimos en una sociedad que de forma directa o subliminal exige que nuestro tiempo esté constantemente ocupado tachando de indolente y vago a quien opta por la “no acción” de forma más o menos habitual. Hay quien no se permite o siente miedo a la inactividad porque en el fondo eso lo enfrenta con su propio vacío.
Lo cierto es que nos cuesta dejar marchar: objetos, ideas, personas. Nos sentimos incapaces de imaginamos desprendiéndonos de algo o de alguien y sin embargo cuando sucede, la quietud incluso en la tristeza crea un espacio dentro de nosotros con nuevas posibilidades.
El vacío puede ser tremendamente creativo. Aprender a dejar de pensar o al menos observar conscientemente los pensamientos da alas a la mente intuitiva que tantas respuestas puede darnos.
Escuchar, ver, sentir… se convierte en misión imposible si tenemos los sentidos abotagados por la presión o el peso interior. Es absurdo llenar una botella que ya lo está, sea cual sea el contenido previo o alternativo.
Derramarse por completo para llenarse de nuevo es la única respuesta posible, una y otra vez…
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